EXCLUSIVO: "Lacase me violó mientras me apuntaba con una pistola a la cabeza"

EXCLUSIVO: "Lacase me violó mientras me apuntaba con una pistola a la cabeza"

Eme es una mujer aterrada. Pasaron más de veinte años desde que denunció en la Policía y en la Justicia que Daniel Horacio Lacase la violó mientras le apuntaba a la cabeza con una pistola. La escena, que nunca pudo borrar de su cuerpo doliente, volvió a torturarla estas semanas, cuando vio que el hombre que había abusado de ella era mencionado una y otra vez por los testigos que declaraban en el juicio oral y (no tan) público contra Marcelo Macarrón, acusado de ser el instigador del homicidio de Nora Dalmasso.

Eme no se llama Eme. Su nombre real se preserva para no revictimizarla. Aunque Lacase sabe perfectamente de quién se trata, como lo saben quienes le tomaron la denuncia en la comisaría de Abilene -donde intentaron persuadirla de que no la hiciera- y el fiscal que, varios días después, le sugirió que olvidara el episodio porque, a esa altura, el médico policial no hallaría en su cuerpo las marcas de una violación.

Eme denunció igual. En la Policía primero; en la Justicia después. Pero no obtuvo respuesta. Vivió con miedo, amargura y frustración que nunca la llamaran, que nadie hiciera nada contra el hombre que dice que la maltrató, la intimidó, la humilló y la abusó sexualmente; el hombre, su patrón, que recuerda que le puso una pistola en la cabeza, la violó y le advirtió que si abría la boca aparecería “suicidada”. Con la misma pistola. Ella y toda su familia.

 

A punta de pistola

Terminaba la década del ´90 cuando Daniel Lacase se mudó de la vieja casona familiar de la calle Cabrera a su majestuosa vivienda de Villa Golf. Había renunciado a un cargo nacional muy importante en la Secretaría de Prevención de la Drogadicción y Lucha contra el Narcotráfico que comandaba su amigo y padrino político Julio César Aráoz. Su esposa era fiscal y esa mañana se había retirado de la casa más temprano de lo habitual (solía salir pasadas las nueve de la mañana) Su hija adolescente estaba en el colegio y la más pequeña, en la casa de su abuela. A pesar de que en la vivienda solían trabajar otras empleadas domésticas, esa mañana Eme estaba sola. En realidad no: también estaba él.

Días atrás Eme había encontrado a su patrón en una situación extraña con otra empleada doméstica. Cuando entró a preguntarle algo a la habitación de servicio vio algo que no le gustó, pero prefirió dejarlo pasar. Fue una señal. “Cuando entré los vi en una situación extraña y él apenas me vio se acomodó el pantalón y me dijo que le estaba explicando algo sobre unos recibos”, recuerda. La mujer, de nacionalidad peruana, había sido contratada en la ciudad de Córdoba y a los pocos días fue “despachada” nuevamente a la capital provincial. “No estuvo más de dos meses en la casa. Era una peruana muy sumisa, que hablaba poco. Creo que ellos mismos la llevaron de vuelta a Córdoba. No supimos más nada de ella”, evoca.

Cuando entré los vi en una situación extraña y él apenas me vio se acomodó el pantalón y me dijo que le estaba explicando algo sobre unos recibos

A los pocos días, mientras limpiaba el baño de la habitación matrimonial, recuerda que Lacase la empezó a manosear. Ella dice que logró zafarse. Incómoda, aturdida, pensó que el vergonzoso episodio terminaría ahí. Juntó los utensilios de limpieza y enfiló hacia la puerta de salida. Pero el dueño de casa no se había ido: apenas se había desplazado algunos metros hasta el vestidor de la habitación para buscar su arma. Cuando Eme intentó salir, Lacase le cerró el paso. Recuerda que tenía una pistola en la mano. “Me interceptó y me siguió manoseando. Me amenazó, me puso el arma en la cabeza y me violó”, dice Eme.

Su recuerdo difumina en llanto, impotencia, incredulidad. ¿Se defendió? Cree que sí, pero no está segura. No lo sabe con certeza. “Me defendí –dice-, pero era un hombre grande. Y tenía un arma”. Cuando dice un hombre grande no se refiere a la edad: Lacase, ex jugador de rugby, es realmente un hombre grande. Enorme. Y Eme asegura que tenía una pistola en la mano. Y que le apuntaba. “No recuerdo bien, pero creo que cuando me apoyó el arma en la cabeza, me quedé quieta”, dice y se avergüenza mientras su cuerpo es ganado otra vez por un temblor incontrolable, las lágrimas se deslizan por su rostro y se le cierra la garganta. “Me violó y yo me tuve que quedar quieta, paralizada”, insiste entre sollozos.

“Pasaron muchos años de dolor, de no poder sacarme esto de la cabeza”, cuenta. Su cuerpo sigue temblando. Su relato es tan vívido que estremece. “Yo bajé al garaje, fui a la habitación de servicio y me quedé sola. Cuando sentí que el auto salía, seguí haciendo las cosas de la casa. Me quedé ahí, hice la comida. Me acuerdo que ese día hice puchero”, precisa.

Pasado el mediodía, Lacase volvió a la casa con su esposa. “Ellos llegaron del trabajo y les serví la comida por un elevador. En ningún momento los vi porque ellos comían abajo y la cocina estaba arriba, había un desnivel: serví la comida y cuando vi que se levantaban y subían al dormitorio, levanté la mesa, junté valor y fuerza y escapé. Escapé corriendo, corrí hasta la entrada del golf, tomé el primer remís que vi y le pedí que me llevara a mi casa”, evoca.

Las escenas vuelven una y otra vez, anárquicas, desordenadas, intensas. Siente el caño helado del arma en su cabeza. La advertencia de que no se mueva. La respiración agitada. El dolor. La violación. Y las palabras del final, la amenaza: “Me dijo que si hablaba iba a aparecer suicidada. Y que iba a matar a toda mi familia con la misma pistola”. Llora de impotencia, de dolor, de bronca. Tiene la voz quebrada y el temblequeo incesante del miedo que la persigue desde hace veinte años y que volvió con inusual intensidad cuando vio a Daniel Lacase otra vez ante a las cámaras de televisión, antes y después de declarar como testigo en el juicio que se realiza por estos días en los tribunales de Río Cuarto.

Me dijo que si hablaba iba a aparecer suicidada. Y que iba a matar a toda mi familia con la misma pistola

 

Dinero por silencio

Vuelve en el tiempo. Vuelve al remís. Al aturdimiento, al miedo, a la sorpresa. “Cuando llegué a mi casa le conté a mi marido lo que me había pasado. Me llevó a la comisaría para hacer la denuncia”, recuerda Eme. Pese a que estaban a escasas cuadras de la comisaría, su marido la llevó en la camioneta. Pero en la Policía no le querían tomar la denuncia. Daban vueltas. “¿Está segura que lo quiere denunciar a Lacase?”, le advertían. Ella no tenía dudas. Se sentía ultrajada. La habían violado y ni siquiera había podido resistirse porque tenía el caño helado de una pistola apoyado en su cabeza. Estaba en shock. “Yo estaba con la misma ropa que tenía cuando me violó. Incluso me había saltado el botón del pantalón”, recuerda Eme. Pero no le creían. O no le querían creer. Cuando por fin le tomaron la denuncia, volvió a su casa. No alcanzó a entrar cuando escuchó el timbre del teléfono:

¿Eme?-, preguntó una voz que le sonó conocida.

Si.

Soy el doctor Carbonetti. Necesito hablar con vos. Quiero que levantes la denuncia. El dinero que vos necesites, lo vas a tener-, le dijo el abogado Armando Carbonetti, a quien Eme conocía porque era uno de los habituales comensales que atendía en los asados que Lacase compartía junto al obispo Ramón Artemio Staffolani, el sacerdote Jorge Felizzia y el traumatólogo Marcelo Macarrón y a los que alguna vez se sumaron Aráoz y el doctor Alfredo Miroli, la figura mediática de las campañas de prevención contra la drogadicción durante el menemismo.

“Armando Carbonetti me ofreció dinero, mucho dinero, para que levantara la denuncia. Lo reputeé y le corté el teléfono”, cuenta Eme. Y recuerda que apenas cortó se miró con su marido y ambos se preguntaron cómo era posible que Lacase ya supiera que lo había denunciado. “¿Cómo pasó tan rápido, quién le avisó que yo había hecho la denuncia?”, se vuelve a preguntar hoy Eme mientras el miedo empaña su mirada. “Habremos tardado diez minutos desde la comisaría hasta mi casa y cuando llegamos ya estaba sonando el teléfono”, insiste para explicar lo evidente: la misma policía le avisó.

“Nunca más volví a esa casa. No me pagaron el sueldo, ni los casi cinco años que trabajé. Nunca más me llamaron”, se queja hoy, presa del dolor y la indignación. A los pocos días quien la llamó fue el pintor de la familia Lacase, un hombre de apellido Mansilla.

Nunca más volví a esa casa. No me pagaron el sueldo, ni los casi cinco años que trabajé. Nunca más me llamaron

-¿Qué pasó Eme que no trabajás más en la casa del doctor?-, le preguntó.

-¿No te contaron lo que pasó?-, lo increpó Eme, desconfiada.

Dicen que te despidieron porque robaste-, replicó el pintor. Y agregó: “Me dijo Lacase que te denunció en la policía”. Nunca la citaron por esa supuesta denuncia. En cambio, días después de que radicara su denuncia por violación en la comisaría de Abilene, le llegó la citación para ir a tribunales. “El fiscal me trató muy mal. Me preguntó hacía cuánto tiempo había tenido relaciones sexuales con mi marido. Me dijo que el médico policial no había podido comprobar la violación porque yo era una mujer mayor y tenía la vagina muy grande”, evoca con amargura. Recuerda que el fiscal no creía que el mismo día que la abusó ella le hubiera servido el almuerzo a su violador. “Yo no paraba de llorar y él ponía en duda lo que le contaba, me trató muy mal”, insiste. Nunca más la citaron. La causa fue archivada.

Pasaron más de veinte años, pero las heridas nunca terminaron de cicatrizar. Y se reabrieron, lacerantes, en estos días de alta exposición mediática del vocero, que declaró en los tribunales de Río Cuarto sin que nadie lo incomodara -ni el fiscal, ni el defensor, ni el tribunal- y hasta se dio el gusto de contarle a los jurados populares que él es un hombre de bien, un buen padre de familia, profundamente religioso, que viajó tres veces al Vaticano para recibir la bendición de los Papas Juan Pablo Segundo, Benedicto XVI y Francisco.

De la historia de Eme, en cambio, no dijo una palabra.

 

Por qué ahora

 

“Me removió todo. Todo… sentí mucha impotencia… como que él tenía derecho a dañarte y seguir así, como si no pasara nada…”, balbucea Eme cuando evoca las imágenes recientes de Daniel Lacase que vio en televisión, una y otra vez, durante las últimas semanas. Esas imágenes que volvieron a irrumpir inesperadamente en su vida después de tanto tiempo la hicieron tomar la decisión de hacer pública su historia, más allá de que la Justicia no le diera respuesta en su momento.

¿Usted sabe por qué fue Lacase a tribunales?

- Sí, creo que fue por el caso del asesinato de Norita.

¿Y cree que puede tener algo que ver con el crimen?

- Mirá… yo… dudé… varias veces dudé de él, porque de la forma en que me violó a mí, que me puso el arma en la cabeza… que me violó… sin dejar marcas…entonces yo pensé que a Norita le había pasado lo mismo. Ahora, con todo esto del juicio, me sentí muy afectada y tengo muy mucho miedo… tengo mucho miedo de él.

Me removió todo. Todo… sentí mucha impotencia… como que él tenía derecho a dañarte y seguir así, como si no pasara nada…

¿Marcelo Macarrón iba a los asados que hacia Lacase en el golf?

- Sí. No siempre, pero iba. Eran amigos.

¿Nora Dalmasso iba a esos asados?

- No, nunca la vi.

¿No iban mujeres o no iba ella?

- Sí, mujeres iban. Pero a ella nunca la vi en esos asados.

¿Por qué cuenta su historia ahora?

- Yo quise que se supiera esto cuando pasó para que todos vieran la clase de persona que es Lacase, para que no le pasara a otras chicas lo que me sucedió a mí, pero nadie me quiso escuchar. Es como que sigue teniendo ese poder de hacer callar y que no se sepa lo que hizo.

¿Usted quiere que la sociedad de Río Cuarto sepa quién es Daniel Lacase y qué le hizo?

- Exactamente. Porque vos lo ves caminando en la calle como si nada. Y a mí me provocó mucho dolor. Siempre traté de salir adelante sola, sin tratamiento, sin nada, pero no es justo.